(1) Vi en la mano derecha del que está sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, y sellado con siete sellos. (2) Y vi a un ángel poderoso, que pregonaba en alta voz: «¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?». (3) Y nadie, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el libro ni mirarlo. (4) Yo lloraba mucho, porque no se había encontrado a nadie digno de abrir el libro y de mirarlo. (5) Pero uno de los ancianos me dijo: «Deja de llorar; pues ha vencido el león de la tribu de Judá, el retoño de David, y es capaz de abrir el libro y sus siete sellos». (6) Y vi en medio del trono y de los cuatro vivientes, y en medio de los ancianos, a un Cordero de pie, como degollado; tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete espíritus de Dios enviados a toda la tierra. Apocalipsis 5, 1-6 Me resulta aún inefable el admitir la adversidad de mi tragedia; y el porqué de los disparatados hechos que precedieron a que fuera ingresado, cont
No existe método alguno; ni por la ciencia; ni por la mera razón; ni siquiera por ninguna de los credos existentes en todo lo largo y ancho del mundo; que, apoyándose en dogmas puedan explicar ciertos fenómenos que exceden la lógica y el pensamiento de toda creatura, y tampoco lo acontecido a mi persona, y lo que yo vi en aquella desoladora y gélida noche de aquel desdichado octubre. En ese entonces, un servidor vivía en la mansión Porgerlart, situada en la ensoñadora Nueva Inglaterra. Pasaba las horas muertas analizando y estudiando Patrística e Historia de la Teología, a solas, y por mi propia cuenta; conducido por la sed de conocimiento del Dios al que tanto amaba. Solo tenía la lejana, pero loable compañía de la "Summa Teologiae" de Santo Tomás de Aquino, y las "Confesiones" de San Agustín de Hipona, además de algunas encíclicas pre-conciliares, entre otros escritos, que repasaba continuamente en mi día a día durante largas horas. Esta apertura a la razón, y a